Te necesitaba


Pero te fuiste. Y todavía no has vuelto.


Casi todos estos días la ciudad se ha despertado nublada. También mis ojos se han nublado algunas mañanas y he visto cómo las lágrimas se estrellaban contra el cristal de la pantallita del localizador, sufriendo el mismo efecto que sufren las gotas de lluvia cuando se golpean y caen blandamente vencidas por el cristal de la ventana.


Pero a pesar de esta nubosidad variable, todos los días, además de trabajar, he entrenado y luchado -e incluso he cumplido algunas de esas estúpidas misiones-. Todo con un único objetivo: agotarme la evida. Y es que se ha vuelto tan aburrida que pienso que si me canso me puedo olvidar, de mí y de todo lo demás, hasta el punto de desaparecer.




Halesios, que me observa muy de cerca, se ha dado cuenta y temiendo un posible efecto dominó en el resto de la sociedad ha puesto a trabajar a todas esas mentes privilegiadas (lideradas por un tal Plato) para acabar haciéndonos un maravilloso regalo: una despensa de dimensiones descomunales. 
Esta mejora me inquietó: ¿dónde voy yo con un almacén tan exagerado? Ni eviviendo eternamente lo voy a llenar! Estuve a punto de enviarle un amable mensajito a su buzón para sugerirle que pusiera también un botón de  esos “me gusta” y otro de  esos “no me gusta” y así nos facilitaría el trabajo a nosotros y a sus cabezas pensantes.


Luego me calmé. Abrí la despensa y me decidí por un bollito de chocolate para saciar la angustia de mi esoledad. Pero el resultado fue terrorífico: me comí los seis bollos Q5 sin pestañear. Vamos que picar algo entre horas es sinónimo de engullir y apetecerme una cervecita es trincarme el pack de seis… 




Mi ansiedad aumenta de grado  al descubrir que me lo trago todo y que encima cometo ese acto con nocturnidad, aprovechando que en la oscuridad de la noche nadie me ve.
Me doy miedo.




Lana ya me ha avisado: como aumente un solo gramo mi índice de masa corporal me impondrá la tabla del Napoleón.  Y eso duele, sobre todo en el bolsillo, porque Lana cobra, no hace favores.




Yo sé que en realidad todo es una estrategia bien estudiada por parte de Halesios para que despilfarre mis ahorros: Compro compulsivamente para saciar la ingesta compulsiva de alimentos, entreno diariamente para rebajar grasas y poderme lucir en las batallas ayudando a mi ePaís con lo cual consigo prestigio y gold que es, en definitiva, lo que necesito para seguir gastando compulsivamente en este juego compulsivo.


Tanta compulsión me harta. Estar siempre esperando, también. La ilusión se está convirtiendo en obsesión así que, para seguir esperando nada, mejor salgo a la calle.




No lo había notado hasta ahora pero las calles rebosan de euforia primaveral. Debo ser la única que no la padece y así me lo hace notar un eamigo que, desprendiéndose de los brazos amorosos de sus adorables vecinitas, se me acerca y me pregunta si me pasa algo. 
Él está tan pletórico de felicidad que lo ha ido anunciando en periódicos y foros, en gritos públicos y mensajes privados. 




Se siente tan querido que se extraña de mi frialdad y mi comportamiento distante con él. “Háztelo mirar, Lantanique… ¿tienes algún médico de confianza en esta eciudad? Deberías ir porque tú no estás bien” Y azuzado por sus tres amazonas se aleja diciéndome  “ya hablaremos cuando quieras, que ya sabes que yo no  tengo prisa”. 
Que no tiene prisa siempre lo dice, ya me quedó bien entendido.


Si estoy en la consulta de un especialista no es por las palabras de ese pagafantas adorable, es porque mi evida aquí ya es suficientemente complicada como para dejar que encima me cambie hasta el metabolismo.




Mientras aguardo, echo un vistazo a las publicaciones escampadas sobre la mesita de la sala de espera. Busco algo que apasione mis retinas. Últimamente a muchos les ha dado por hacer entrevistas, modalidad periodística que está inundando nuestras páginas de papel couché y que ha dejado en un segundo plano los ratos de cotilleo de otros canales al uso. Y me deleito visionando al presidente demoniaco que aparece en un [url=http://www.erepublik.com/es/article/el-chico-ecosmo-sexy-del-d-iacute-a-es-trico-1734897/1/20]  eCosmopolitan[/url], publicación ilustrada con imágenes de personajes ereales que me entretienen la espera y la vista.


La enfermera me hace entrar en una habitación, me pide que me desvista y desaparece por una puerta lateral. ¿Qué me desvista? ¿Y qué me quito? 




Un tipo con mascarilla y guantes me viene a buscar “Oiga que he pedido hora con el endocrino, no con el cirujano”, le digo tímidamente. Pero su respuesta suave y consoladora es que me relaje. 
Me ayuda a tumbarme en la camilla y me dice: “Si me necesitaba, aquí estoy. La escucho. Hablemos de cosas”.




Jamás me ha atendido un médico mostrándome sólo sus ojos, fijos y penetrantes (¿será islamista integrista?). Se me figura que esa ropa verdosa que lo cubre es en realidad azul, como la de  un tuareg, y creo que me está hipnotizando y me entra la paranoia por si me acaba secuestrando en su casa.









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