Resaca


La encontré el día de Año Nuevo. De espaldas al paseo, mirando el mar. Cerca de la orilla. Lejos de mí.


El mar tenía resaca. Yo también. Me quise acercar pero el vaivén de las olas me mareaba y caminar por la arena se me hacía pesado. No acababa de llegar nunca a su lado. O mejor dicho, no era capaz de avanzar hasta su lado porque no me movía del sitio.

Me apoyé en el muro que separa el paseo de la playa. Desde allí la llamaría y ella vendría hacía mí. Me pareció que ella se giraba al oír su nombre. Y que venía a mi encuentro, lentamente, con gesto entre sorprendido y complacido.

Pero no acaba de llegar a mi lado. Realmente no la había llamado. Fui incapaz de pronunciar su nombre. Si lo hice, fue tan bajito que sólo yo me oí.

La voz se me había quebrado cuando ví que otro se le acercaba. Su pequeño cuerpo salió de mi visión cuando aquel otro cuerpo la ocultó entre sus brazos. O eso me pareció. Con la resaca todo se veía difuminado.

Algo curioso me empezó a pasar. O los sentidos me engañaban o se habían vuelto tan sensibles que podía notar la intensidad de aquel abrazo, el calor de aquel cuerpo diminutivo tan próximo, la respiración e incluso lo que se decían.

Nunca antes me había pasado nada así.  - Nunca más te pasará algo así – contestó ella.

Pude notar la presión que hacían los brazos en su cintura y en sus hombros porque cada uno bastaba para rodearla de esa forma tan completa. Ella posó las manos en  aquellos hombros que yo notaba como míos.



Generalmente la resaca me da dolor de cabeza. En esos casos prefiero cerrar los ojos aunque todo me de vueltas.  Hoy no quiero cerrarlos. No quiero que otras sensaciones rompan el momento aunque luego me estalle la cabeza.
Cierra los ojos. – dice ella. Y yo voy y  los cierro porque me parece que me lo dice a mí.

La sensación de humedad en la boca no es precisamente un efecto causado por la resaca. La sequedad pastosa que tenía hace unos segundos se empieza a disipar. Noto como si la punta de una lengua se hiciera hueco entre mis labios para ir entrando tan despacio como mis dedos entre sus piernas. Noto cómo esa lengua juega con la mía haciéndome salivar.
No podría decir las veces que, jugando a salivar, acabábamos salivando por todos los poros de la piel.

Entreabro los ojos y viendo la imagen de esos dos cuerpos abrazados unos metros más allá presiento que algo en mi interior se rompe.

Un día me dejarás de hablar –dice ella



Sí. Dejé de hablarle. La rutina, que se toma sorbo a sorbo, se instaló entre nosotros para hacernos olvidar. En resacas como hoy, Lantanique se convierte en otro de sus efectos secundarios  y se mueve en mi cabeza provocándome una excitación descontrolada. Algo pastoso fluye de mí.

Pasa por mi lado. Se sienta en el muro donde tengo apoyada la espalda. Recoge un pie para desprender la arena pegada a sus dedos. Esos dedos que se me figuran pequeñas gominolas de azúcar como el que quedaba impregnado en mis labios mientras los mordisqueaba suavemente. Era otra forma dulce de salivar antes de introducirme salvajemente en ella.


Sus pies, que no supe reconocer entre otros, introduciéndose en sus zapatos, se ponen en marcha.

La rutina en este eMundo tiene carácter letal. Arrasa con todo. Nos hace invisibles. Nos hace olvidar.

Sin dejar de abrazarla por detrás, le besan  la nuca.



Pero no soy yo.
"La persona que va a tu lado nunca sabrá que yo te conocí". 

Y como si me oyera, se gira y me mira. Sólo me mira porque no hay más que decir.




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