Operación Albornoz (fin)


Metido en la cama, el ocupante de la habitación 133 no puede conciliar el sueño. Se incorpora un poco y mira la pantallita del reloj digital que, bajo la presión de su dedo, marca casi la una de la madrugada. Teme dormirse para el desayuno y comprueba que ha conectado la alarma. Piensa que nunca antes se había preocupado así por estar con una tía. Nunca antes se había currado tanto una cita.


Enciende un pitillo y se dice a sí mismo que, al fin y al cabo, es sólo un polvo más y se sonríe pensando que ahora nada más faltaría que se durmiera o, peor aún, que lo llamaran para alguna misión de esas que prepara el Ministerio de Defensa. Además, si es Lana quien llama a filas, nadie puede faltar.

-Es casi la una de la mañana. Falta mucho para que se haga de día. ¿Y si me duermo y no oigo cuando llame a mi puerta? – Todo eso se dice Lantanique metiéndose en su cama. Pero la desazón no la deja conciliar el sueño y acaba por levantarse.  Da vueltas por la habitación, esperando una llamada sorpresa “… me muero por estar contigo al natural, saber quien eres tú, saber por dónde vas….”
Va en busca del albornoz, que hace frío para estar en ropa interior.


El tipo de la 133 se ha acomodado en un sillón frente a la tele para ver algo  entretenido o adormecedor. Tras ir saltando de cadenas,  la pantalla de plasma le muestra imágenes de un culebrón nipón con una escena erótica en un ascensor que le parece más sugerente que no las imágenes insinuantes de cuerpos voluptuosos, pensadas al parecer para sordomudos porque no dicen ni mu.




Casi a la una de la mañana llega el exjefe de Lantanique a su casa.  El suelo del asfalto estaba húmedo pero aún así ha pisado a fondo el acelerador,  fijos los ojos en un punto lejano…  en la mirada perdida de Lantanique.




A Lantanique le recorre un escalofrío y se ata el albornoz

Acurrucada en el sofá se dedica a revisar el buzón de entrada de su móvil. Hay varios mp’s que le avisan de los últimos recortes en su sueldo. Definitivamente tendrá que pasar por el despacho de su jefe para que le aclare esta situación. Tanta reducción le parece injusta.


Pero más injusta le ha parecido a su jefe actual la actitud indiferente que ella ha tenido, sin ni siquiera mirarlo. Tirado en su cama, todavía un tanto mareado, ha decidido vengarse. Sabe bien cómo conseguir que ella vuelva a colocarle en su centro de atención. Y mientras elucubra en su cabeza cómo hacerla volver a él nota que su corazón ha quedado un poco arrugado. Seguro que  Lantanique se lo podría planchar, si ella quisiese, como durante aquellos días



-¿Estás? 


El zumbido del localizador le ha dado un sobresalto, ensimismado como estaba deleitando la mirada y  los sentidos en aquellos  culitos respingones


-Claro que estoy y despierto pero aún no he ido a buscar el desayuno –le responde él.


Parece que Lantanique tarda en volver a contestar. - ¿Estás? – es ahora él quien pregunta,  impaciente por una respuesta.


-Sí estoy. Estoy a punto de ir a tu habitación ¿me abrirás  o querrás dejarlo para más tarde?


Leer eso y darle un vuelco el corazón son todo uno. Hostia...  Corre al baño… se mira al espejo… se enjuaga la boca… se cambia de slips… se echa desodorante y luego colonia… se mira de nuevo… y se encuentra penoso haciendo todas esas tonterías. Se pone el albornoz;  es cuestión de ir vestido pero tampoco de ir mostrando paquete así, de entrada.




Abrir la puerta y verla en el umbral con albornoz y zapatos de tacón le hace soltar una carcajada que ahoga al instante al ver que él va en zapatillas y con los calcetines puestos. No es un recibimiento muy sexy pero… es que soy friolero – se justifica.


Ella sonríe y entra en la habitación. –Son más de las dos de la madrugada…¿te parece muy temprano para desayunar?


Nuestro tipo se queda vacilante buscando algo original como respuesta. –Sólo tengo los bombones, la caja está aún sin abrir, esperándote.


Con la caja entre sus manos, Lantanique se sienta en la cama, apoyando la espalda en la almohada y las piernas cruzadas, de tal forma que deja entrever por la abertura del albornoz su ropa interior de transparencias moradas.  Mirándola, mientras ella saborea uno de esos bombones, se arrodilla frente a ella, le coge  la mano y le chupa uno de los dedos para retirar restos de chocolate que le han quedado pegados. Lantanique escoge otro de los bombones de la caja. Éste viene envuelto en un papel de celofán y ella lo deslía con sus dientes para luego metérselo a él en la boca. Él, sin dejar de mirarla, lo muerde y nota como estalla entre sus dientes el líquido del relleno del bombón, inundando toda su boca.  Es una sensación tan inesperada que no puede evitar sonreír dejando que una parte de ese líquido se le escape por la comisura de los labios.


Ella aproxima su cuerpo al mío, apartando la caja de bombones que caen desparramados por el suelo y noto su aliento dulce junto a mi boca mientras sus manos se abren paso por dentro de mi albornoz.  Las manos ascienden hasta mis hombros para quitármelo y sus labios recogen gotitas pegajosas del licor que ha quedado en los míos con pequeños besos a los que yo respondo con la misma avidez con la que ella los deposita.


Cierro lo ojos para concentrar mis sentidos en este cálido momento. Mi sexo empieza a recibir los estímulos que provocan la lengua y las manos de Lantanique. Mis dedos también responden a esos estímulos y se introducen por entre su ropa, deseosos de tocar más allá de unos encajes. Con prisa la despojan de todo lo que estorba para poderse introducir entre los resquicios de su cuerpo.  


La echo hacia atrás y ella se deja caer sobre la almohada. Mis manos entonces se pelean con mi lengua para recorrer su cuerpo. Mi boca gana ventaja y desciende por su cuello para detenerse en uno sus pezones, donde mi lengua se dedica a dibujar círculos y mis dientes se atreven a morderlo suavemente, mientras ella acaricia mi cabello y emite un leve gemido de placer.  Al mismo tiempo, con una de mis manos acaricio la pierna que rodea mi cintura, apretando su nalga. La aúpo y la coloco sobre mi hombro, para descender hacia su sexo que, húmedo, está esperando el contacto cálido de mi lengua. Su sabor salado se mezcla con el dulzor lejano del bombón y no puedo parar de lamerlo, besarlo y gemir al mismo tiempo. Unos minutos después me hace colocarme a su altura y así notar el roce de mi miembro que está a punto de reventar. De golpe se gira sobre mí y, mientras la beso cogiéndole la cara para que no se me escape, me cubre con su cuerpo que serpentea encima del  mío moviéndose a un ritmo que yo ya no controlo. 


No me deja que la acaricie. Me sujeta los  brazos. Alzo mi cabeza para besarla pero es ella la que decide cuándo y cómo, no yo.  A ratos aminora los movimientos, sin dejar todavía que la penetre. Eso me vuelve loco, de tal forma que no puedo seguir así y me coloco yo encima. Sus piernas se abrazan a mis caderas y mientras le susurro al oído que no deje de moverse, con mi lengua le beso el cuello y la zona del lóbulo. Me voy encajando y entrando muy suavemente. Noto su respiración en mi oído y sus manos presionando en mis nalgas, aumentando la presión de sus dedos a medida que aumenta la presión de mi empuje. Nuestros movimientos cambian rítmicamente, más lentos o más rápidos según nos conviene, hasta llegar a un punto en que se pierde el control y sólo notamos un temblor simultáneo. Sus dientes muerden mi hombro pero no siento dolor, sólo siento un agradable desfallecimiento y la beso contento, apartando sus mechones de cabello húmedos de su cara para mirarla una vez más.


Al otro lado de la eciudad, en un cuarto de enfermeros del hospital, nuestro eceloso empieza su guardia nocturna. El devaneo en el ascensor le ha despertado sus instintos y no puede evitar darse a la lujuria de un contacto netsex con resultados prometedores.








Operación Albornoz (5)


“ He llamado a tu habitación y parece que no estás. Estoy empapado, cansado y con principios de catarro. He vuelto a la 133 para meterme en la bañera y descansar. Mañana vendré a tu habitación con el desayuno.Espérame in your room."


Esto es lo que lee Lantanique en la nota que le entregan justo cuando su exjefe parecía querer iniciar una conversación algo más íntima. Él ya había acercado su mano a la de ella, tocando ligeramente sus dedos  y cuando las palabras empezaban a salir de su boca, aquella nota inoportuna se interponía entre ellos, rompiendo la calidez de ese momento.


Lantanique se ha quedado unos segundos callada y pensativa  y el exjefe detecta por su mirada que es como si ya no estuviera allí.  




No quiere ponerla en el compromiso de buscar una mentira piadosa para excusarse con él así que le facilita las cosas y, cogiéndole de nuevo la mano,  le pregunta si hay posibilidad de que se vean otro día porque, aunque querría quedarse más tiempo con ella, tiene que marchar. Los ojos de Lantanique parecen que recobran la vida y con una sonrisa amable le responde lo que él quiere oír, dejándole esa chispa de esperanza que conservará para una próxima  ocasión.  
Y saliendo por el bar se van camino de la recepción y el ascensor.  


Totalmente embriagado, el jefe actual de Lantanique la ve cómo se aleja acompañada del exjefe, que le posa la mano en un hombro apartándole el pelo. Le parece reconocer a ese tipo, aunque no sabe bien de qué. Su cabeza le da vueltas y su boca se abre en cámara lenta para farfullar que el precio del grano está bajando en el eMundo, que no le va a quedar más remedio que reducirle el sueldo, que es una de sus mejores trabajadores pero que una empleada “guru” sólo puede acabar haciendo gurullos… y alzando la voz pregunta si ella sabría cocinar gurullos con conejo… el resto de palabras se hicieron incomprensibles mientras de fondo se oía una romántica melodía de despedida


Al exjefe le resulta difícil separarse de ella mientras esperan el ascensor.

Le habría gustado impedir que las puertas se cerraran y colarse dentro con ella.
En un micromomento se imagina una posible escena




Y en ese fragmento de tiempo un tipo se cuela dentro dejándole ver únicamente parte del rostro y una mano de Lantanique diciéndole adiós.


El eceloso ha sido rápido. Apoyando su espalda en el cuadro de botones la mira y llamándola por su nombre le pregunta si no se acuerda de él. Lantanique se da cuenta de que a su lado está aquel enfermero del hospital. Está sorprendida de verlo allí y espera a ver si se decide a pulsar alguno de los botones para que el ascensor empiece a subir. El ascensor inicia el trayecto pero de golpe se detiene.




Los libros de autoayuda son pésimos pero al eceloso enfermero siempre le han servido para entretenerse en la taza del wáter y ésta es una de esas situaciones en las que viene bien recordar algunos de aquellos consejos que pensó que nunca pondría en práctica:  
“… acerca tu cuerpo y cara a ella, y sin tocarla lo más mínimo, dirige tu boca por el cuello y parte trasera de la oreja. Tu mano surca y acaricia lentamente la de ella y asciende por todo su brazo, hombros, escote, barbilla y cara. Es cuando tu chica echa el cuello hacia atrás de placer y luego hacia delante para buscar tu boca. Justo ahí, presiona con la mano izquierda el Stop del ascensor, cógele la nuca con la derecha y llévatela hacia ti para comerle la boca efusivamente a la par que le subes el vestido, para finalmente apretarle las nalgas … Acaricia su pecho por encima del sujetador con copa. (¿qué tipo de sujetador llevará hoy Lantanique? -se pregunta el eceloso) Céntrate en la aureola, en la zona más pronunciada, moviendo tus dedos en círculo sobre éstos mientras la besas y tocas con tus labios. Tírale del pelo para atrás y devora su cuello diciéndole lo guapa que es… Cuando notes que está preparada, introduce tu mano entre sus muslos y sube hacia sus genitales, dejando en el exterior los dedos índice y meñique, y apretando con la zona inferior de la palma de la mano su pubis... Haz movimientos rítmicos y bruscos, ella lo agradecerá e, incluso, te instará a que la penetres…”




Se siente excitado sólo de pensar en todos los pasos que va a dar siguiendo esas instrucciones. Lantanique lo mira alarmada y lo trata de calmar desabrochándole la camisa pues piensa que esa sudoración se la provoca un ataque de ansiedad o claustrofobia. Apoyándolo en una de las paredes del ascensor, le insta a que se siente en el suelo y aguardar allí hasta que alguien los socorra. Él entonces aprovecha para apretarla contra sí…


La camarera de planta de cabello rosado estaba esperando el ascensor cuando ha sonado una alarma. Lleva algunos albornoces para disimular que trabaja, así que espera tranquila hasta que solucionen el problema. Cuando se abren las puertas encuentra a una Lantanique con la ropa desaliñada forcejeando con un tipo que, tumbado en el suelo, la agarra por las nalgas…
La ayuda a liberarse y le ofrece un albornoz con el que la envuelve para que pueda irse por las escaleras, discretamente.


La camarera se acerca al tipo, no necesita preguntarle nada porque  el grado de excitación en la zona de su bragueta es evidente.  Sin pensarlo demasiado presiona el botón para subir al último piso y monta encima de él.  No quiere caer en perversiones de ese tipo pero… al fin y al cabo, lleva tiempo sin “sombrax” que la cobije.




Camino de su habitación, Lantanique se detiene un instante en la 133, recorre con el dedo esos números. Ya sabe quién es el que la espera y apoya su oreja en la puerta por si se escucha algún ruido. Hace amago de llamar porque se oye música pero al ver la pinta desaliñada que lleva prefiere dirigir sus pasos hasta su habitación y ser ella quien lo espere, como dice la nota, para desayunar.











Operación Albornoz (4)



Estos días hemos estado pendientes del encuentro entre Lantanique y el tipo que la espera en una habitación del ehotel Bombay. Otros eciudanos también se han reunido allí  para evitar este encuentro y confundirla. Y allí la tenemos caminando decidida hacia el reservado del restaurante, pensando que finalmente cenará con él.
Al verla llegar, el tipo del reservado suelta el cuchillo con el que estaba martilleando la mesa. Se levanta, va hacia ella y mirándola a los ojos se agacha un poco para besar sus mejillas.


Lantanique no tiene palabras para expresar su asombro. No esperaba que su exjefe  fuera el tipo de la 133 y una mezcla de alegría y desazón le presiona el estómago.  Alegría por verlo después de tanto tiempo, desazón porque recuerda que él siempre se quedó esperándola  … “enviándole orquídeas acompañadas de la misma nota: Espero que se recupere pronto y tengamos ocasión de vernos y hablar. La echo de menos.


En otra de las mesas del restaurante está sentado el jefe actual de Lantanique.  Ella no se ha dado cuenta, a pesar de que casi la ha rozado con la mano,  y ha pasado de largo por su lado. Una agradable fragancia queda, por unos minutos,  flotando en el aire;  una mezcla de cítricos como la mandarina, acompañada de toques florales y afrutados como de jazmín, melocotón y ciruela con notas orientales de ámbar y vainilla.
Para disimular y corregir ese movimiento de  su mano ha cogido la copa de vino, bebiéndosela entera y tragándose su decepción.  
Sus recuerdos le evocan momentos que pasaron juntos. Momentos relativamente recientes, subidos en una moto, sufriendo una insolación pero con ella a su lado. Es el recuerdo de esos momentos que le hacen volver a por más… 


Y mientras Lantanique comparte una agradable velada saboreando la cena que su exjefe ha elegido y creyendo que él es el tipo que la citó en una habitación de ese ehotel; el verdadero ocupante de esa habitación empieza a desistir de su empeño de seguir esperándola y se marcha.  Si ella no ha contestado a ninguno de sus mensajes es signo de que no quiere verlo pero entonces ¿cómo es que se ha venido a alojar justamente en ese mismo ehotel?


Se siente aturdido. Pequeños escalofríos se mezclan con voces interiores que le aconsejan que se olvide y se vaya.  Sin duda Halesios intenta alejarlo de allí. 


Dentro ya de su habitación se tumba en la cama. 




Se gira hacia la mesita,  ve la caja de bombones y piensa que no ha comido nada desde hace horas. Descuelga el auricular para pedir algo caliente y descubre una lucecita que parpadea. Pulsa el botón y escucha la voz de Lantanique… un mensaje de hace ya más de dos horas.


La voz del tipo de recepción le saca de su ensimismamiento y como si la propia Haruhi le estuviera dictando le pide que entregue en mano una nota a Lantanique con el siguiente mensaje: 


“ He llamado a tu habitación y parece que no estás. Estoy empapado, cansado y con principios de catarro. He vuelto a la 133 para meterme en la bañera y descansar. Mañana vendré a tu habitación con el desayuno. Espérame in your room


Lantanique y su exjefe están ya casi acabando el postre. Los profiteroles de chocolate y nata se acompañan muy bien con una copa de cava y así lo ha sugerido ella cuando el camarero ha preguntado qué postre les apetecía.


El tiempo va pasando y ella se pregunta si realmente su exjefe es el tipo de la cita. Lo escucha y espera a ver si dice algo al respecto, sin embargo él sólo le habla de sus negocios actuales, incluso le ofrece un puesto en una de sus empresas, pero sólo lo ha dejado caer como una sugerencia, por ver su reacción. No se atreve, de momento, a pedirle que se vaya con él a su casa.


Después de pensárselo un rato, el eceloso ha bajado a tomar una copa en el bar. Apoyado contra la barra mantiene fija la mirada en la puerta del restaurante pero también observa al tipo que, apoyado en la misma barra, baila frente a su cubata. “No lo hace mal –piensa el  eceloso - si no fuera porque está tan pedo que se contonea frente al vaso pensando que está seduciendo a alguien”. Y es que el actual jefe de Lantanique ha bebido demasiado y ahora se la imagina bailando con él en aquella pista central. 


El recepcionista cruza el bar y entra en la sala del restaurante, el Gerente le ha dado una nota para Lantanique y la busca con la mirada.





Operación Albornoz (3)


Transportar una pecera en un taxi es delicado. Conseguir que alguien acepte entregar ese objeto con habitantes dentro resulta prácticamente imposible. Pero esa no es una pecera cualquiera  y,  siendo quien es su dueña, nuestro taxista no ha puesto pegas al eciudadano que se lo ha pedido.

Lantanique se la dejó olvidada cuando se marchó de la casa, abandonándolo a él y a esos elementos flotando allí dentro. Si por él hubiera sido, los habría lanzado a la taza del  inodoro pero esa acción sólo demostraría su rabia y él sólo quiere mostrar indiferencia, aunque es una indiferencia aparente porque ella no es como las otras chicas que ha conocido.


Aguantando la pecera con sumo cuidado, le indica el trayecto al taxista y cuando llegan frente al ehotel le da las instrucciones de entrega. 


Nuestro taxista pide al tipo de recepción que le indique la habitación de Lantanique. El tipo no parece demasiado interesado en colaborar y le hace esperar mientras llama al Gerente, quien  ya empieza a estar cansado de tanto misterio. 


Lantanique oye golpecitos en la puerta. ¿Por qué en los momentos más exquisitos suena un timbre o un teléfono? De pronto reacciona y piensa en el tipo de la 133. 


Sale de la bañera casi de un salto, se coloca el albornoz (que por cierto le va enorme) y corre a abrir la puerta no sin perder un tanto el equilibrio por el líquido jabonoso que se desliza por sus piernas.


Ver frente a ella al pulpo taxista le deja una mueca extraña en su cara: ¿Es él el de la 133? Pero verlo con su pecera le paraliza el habla ¿Qué hace con eso allí?


Nuestro amigo taxista traspasa el umbral, deja la pecera para darle un fuerte abrazo y sonríe con satisfacción por verla de nuevo. Querría aprovechar y quedarse pero recuerda que tiene que volver al taxi, recuerda que tiene que entregar un mensaje y se lo transmite con el mismo sentimiento que si fuera suyo propio.


Al entender que es el zoquete quien le devuelve su pecera una sombra de tristeza se le refleja en la mirada y casi se le escapa una lágrima, pero se reprime. 


Tapándose la boca con la manga del albornoz para ahogar un sollozo, recupera la voz y con una sonrisa un poco forzada le da un beso a nuestro taxista y lo despide diciéndole:
 - Gracias por traérmela. Te adoro. Eres un sol.


El tipo que ocupa la habitación de enfrente ha estado pendiente de todos los movimientos que se han llevado a cabo en ese rato, observando y esperando.


Ha sido una suerte que un compañero del hospital, justamente hoy,  accediera a cambiarle el turno; pero más suerte todavía que la habitación fuera justo esa. Apoyado contra la puerta recapacita qué paso dar ahora. Los ecelos le corroen. Él  sólo quiere saber con quién se va a encontrar ella allí. Deduce que no es el tipo que se acaba de ir porque se ha marchado muy pronto. Y mientras hace estas deducciones observa el bol de frutas que tiene sobre su mesa. No puede evitar imaginarla, con ese albornoz, comiendo uno de los plátanos que allí están colocados. Una sensación de sofoco le invade y se mete en el baño.




Lantanique está casi vestida cuando vuelven a llamar a su puerta.  Con la cremallera del vestido a medio subir y un zapato en la mano va a abrir a quien sea que llama con tanta insistencia. Un tipo con traje estilo vendedor de El Corte Inglés se mete en la habitación cerrando tras de sí. Lantanique aferra el zapato que lleva en la mano y sopesa la finura del tacón como posible arma arrojadiza. El tipo le enseña una placa del CNI. Entonces se relaja y, apoyada en el reposabrazos del sofá, se calza el zapato.  


Es obvio que viene a ofrecerle protección a cambio de su entrada en el Partido. No es la primera vez que lo intenta, para él Lantanique sería una espía ideal. Pero Lantanique es tozuda y no se deja convencer fácilmente. Le pide que le acabe de subir la cremallera del vestido y, para sacárselo de encima, le dice que se lo pensará (aunque no sabe muy bien de qué tipo de peligro quiere protegerla). 




Se hace el remolón y para disimular la ayuda a ponerse un collar. Mientras se lo abrocha acerca su cara al cuello de Lantanique, inhalando el perfume exótico que despide su piel. Con voz cálida le pregunta si quiere compartir la cena en su habitación. Lantanique se vuelve y mirándolo a los ojos le agradece el detalle pero lo rechaza, no le gusta cenar en habitaciones de hotel.


Antes de bajar al restaurante pasa por delante de la habitación 133. Acerca su oído a la puerta y no oye nada. Toca tímidamente con los nudillos varias veces pero la puerta no se abre.


Ya en el restaurante, el camarero le informa que un caballero la espera para cenar en el reservado. Le dan ganas de soltar una carcajada ante tanta formalidad pero la emoción del encuentro con el tipo que ( ahora está segura)  es el de la 133, le presiona el estómago.


El tipo de la 133 decide volver a su habitación. Ella no acude a la cita. El localizador sólo ha sonado una vez para recordarle que se celebraba la eboda de unos PONeros y que les tenía que comprar un eregalo.  Al pasar por la recepción decide preguntar si por casualidad hay alguna Lantanique allí registrada.  El gerente no sabe ya qué hacer y tras dudar un momento se lo confirma, diciéndole incluso la habitación en la que se encuentra. No espera al ascensor y sube las escaleras con rapidez. Pero en la habitación 138 parece ser que no hay nadie.


Sabiendo que ella se aloja allí, vuelve a enviar un mensaje desde su localizador. 


Y apoyado en la pared la sigue esperando.




Operación Albornoz (2)


Este último mes Lantanique lo ha vivido como si de un sueño se tratara. 
Desde que se metió en aquella trinchera ha pasado de estar en una habitación con paredes de cristal líquido a otra con paredes blancas de hospital.
Y ahora la encontramos plantada en medio del hall de un hotel arrastrando su maleta y con síntomas de congestión nasal.


El empleado de recepción del Bombay ha tenido que solicitar la presencia del gerente por la afluencia inesperada de clientes casi a la misma hora y sin petición de reserva previa. Este hecho le ha causado extrañeza puesto que, a pesar de los cambios del módulo militar en este eMundo, no ha habido rumores de asambleas ni reuniones por parte de las milicias que se mueven en esta eciudad. La llegada de varios eciudadanos pidiendo una habitación en la primera planta y la petición de aviso cuando la eciudadana Lantanique hiciera acto de presencia en el lugar, le han hecho poner al corriente al gerente quien ha tenido que tomar parte en el asunto.


El gerente está atendiendo a un cliente, un habitual que busca un lugar discreto para sus encuentros furtivos. Mientras le está dando la llave de la habitación ve aparecer la figura de una mujer que se acerca al mostrador, con su maleta y la ropa empapada.


El cliente se la mira con descaro mientras mueve distraídamente las llaves de la habitación entre sus dedos.


 Viendo que el rímel de las pestañas le empieza a hacer un surco grotesco en la cara, decide ofrecerle su pañuelo y le hace gesto de que se limpie ¡Qué mejor manera de entrarle que haciéndose el caballero! 


La pobre Lantanique no sabe cómo  disimular el desconcierto que le causa estar con esa pinta, sobre todo porque el tipo hace amago de quitarse las gafas ahumadas que llevaba puestas con intención de presentarse.


Por suerte el empleado de la recepción percibe la tensión del momento y echa mano de uno de los albornoces que la camarera de piso tiene allí preparados para ir distribuyéndolos por las habitaciones.


Lantanique se envuelve en el albornoz y  viendo que tres pares de ojos la miran fijamente siente que sería vergonzoso dirigirse al ascensor para buscar la habitación 133. También sopesa la posibilidad de pedir que avisen a su ocupante, pero lo mismo le preguntan el nombre y lo hacen bajar… Finalmente decide pedir una habitación para ella sola.


El gerente realiza el registro y mientras un muchacho la acompaña a la habitación asignada, se dispone a llamar a cada uno de los huéspedes interesados por la llegada de esa mujer.


El cliente de las gafas ahumadas se queda con el número de habitación por si le falla su cita y lo deja “sin botar”, y se despide de ella con un beso lanzado al aire.


Al fondo del corredor una empleada del hotel observa a la mujer envuelta en el albornoz. Si Lantanique se la cruzara seguro que la reconocería.  Su melena color rosado no es un look muy habitual y es difícil pasar desapercibida.

Por si acaso se esconde, no la vayan a descubrir. Pero el gerente la sorprende en una posición comprometida y la reprende, quejándose de que el personal de sustitución es pésimo.


Y es que esta eciudadana tiene una necesidad imperiosa de saber quién ha citado allí a Lantanique y, aunque no tiene ni idea de las ocupaciones de una camarera de piso,  ha conseguido que sus contactos del partido la sustituyan por la que normalmente lo hace. Que hoy las habitaciones no dispongan de albornoces en sus baños es la única estrategia que se le ha ocurrido para  poderse colar y comprobar que el tipo de los bombones no es quien ella cree. Pero ¿y si lo fuera?  Una sensación de ira la invade. 


Lantanique pasa de largo por la habitación 133. Del interior se oye una música que flota en el ambiente hasta meterse en su propia habitación, unas cuantas puertas más al fondo.




Se acaba la canción y apaga el último cigarrillo que le quedaba. Vuelve a mirar su localizador y decide salir un rato de esa habitación, bajar al bar, comprar más tabaco, despejarse un poco.


Justo cuando Lantanique cierra la puerta de su habitación, él sale de la suya. Justo cuando Lantanique pide que le pasen con la habitación 133, él coge el ascensor. Justo cuando suena el teléfono en la habitación 133 él empieza a descender hasta el vestíbulo.  A Lantanique sólo le queda dejarle un mensaje y prepararse un baño caliente para despejar su congestión.






Y él, ya en la calle, le manda un mensaje para decirle que la sigue esperando en una esquina del Bombay.






Mientras tanto, otros eciudadanos preparan sus estrategias para verse con Lantanique o al menos para evitar que se vea con ese misterioso tipo de la 133.





Operación Albornoz (1)


Los días de lluvia las calles de esta eciudad están menos transitadas. Sus eciudadanos en días así  se dedican a buscarse entre sí para dar rienda suelta al cotilleo.


El arte de la habladuría está muy desarrollado en este eMundo. No se trata del típico marujeo de escalera, sino de un sistema de canales IRC más sofisticado, donde pueden  airear sus evidas y las de los demás sin que los admins los puedan controlar. 
No saben, sin embargo, que algunos de esos admins de vez en cuando logran infiltrarse y, bajo identificaciones falsas para no levantar sospechas, pasan desapercibidos por un rato.


Mientras nuestra Lantanique deambula, empadada hasta los huesos, buscando el dichoso ehotel Bombay, los rumores se despliegan por algunos de estos canales. 



Algunas eciudadanas PONeras se preguntan quién ha dejado la nota misteriosa a Lantanique. Algún otro, eceloso, quiere saber qué está pasando dentro de esa habitación.


 Y es que Halesios ha cancelado las transmisiones por medio del eWorld Places para impedir que los eamigos puedan localizar los movimientos de Lantanique. Porque él es quien controla, o quiere controlar, todos los movimientos que ella hace.


Tras la puerta de una habitación de hotel un hombre la espera. 
En la mesita que tiene junto a su cama una caja de bombones está sin abrir. Mira su localizador y se inquieta porque no funciona. Lanza mensajes por si ella se percata.


Lantanique, por miedo a coger una pulmonía, ha subido a un taxi que, tras hacer un recorrido un tanto largo y tedioso,  la deja frente a las puertas de un edificio deslumbrante, exótico. 


Desciende  del taxi con la sensación de humedad pegada al cuerpo. El frío se le ha calado en los huesos.  No está muy segura de lo que se va a encontrar pero… se siente bien.