Un pez en mi memoria


"Picias92, Skaycita, Sergio619, Adalgiza, Maccavity, Dingi, Lanta, qablo, Arrak, Netizar, Pove, Ienne, Adoce, Anarion, Fermusita, Alceo, Martu... Y tantos otros...Un placer haberos conocido. Un abrazo y un beso a l@s 4 que sabeis que os he querido tanto. Adiós". 


Días previos a su desaparición ya nos lo vino anunciando. 


Yo me lo tomé a broma, quizás como otros muchos, pensando que era su forma de llamar la atención. Siempre creí que al mensajero le gustaba llamar mi atención y en algunas ocasiones se la dediqué, aunque nunca lo supo apreciar. 


Sin embargo sus intenciones no eran broma pues se puso a vender sus pertenencias -que no eran pocas ya que a lo largo de su evida consiguió atesorar un buen patrimonio-. Y, aunque él siempre me dijo que no tenía prisa, lo empezó a gritar por todos lados como si tuviera las horas contadas para marchar. Al pez alado se le quedó pequeña la pecera. 


Horas previas a su desaparición entró en batallas y posteó cada uno de sus logros. 










Quería ser recordado, aunque siempre dijo lo contrario, por eso mostró cada medalla ganada como el principal defensor de eEspaña y sin ni siquiera despeinarse, utilizando el mismo avatar sonriente con el que lo conocí y con el que tiempo atrás me mandaba mensajes e incluso flores.




Pero no se puede ser un héroe de guerra sin un rasguño tras la contienda. Y el mensajero tenía demasiadas heridas, algunas profundas e internas (quizás de otras luchas) que no paraban de sangrar.


Momentos previos a su desaparición lo ví en la playa, recostado en la orilla mirando la línea del horizonte que se dibujaba en el mar y que ya sus ojos veían con dificultad e imprecisión, confundiendo cielo y agua.




Quise acercarme porque siempre estuve pendiente de él. Fue un ejemplar apreciado dentro de la pecera, pero sus últimos pensamientos no eran para mí y no servía de nada ir a consolar a alguien que ni me ve. 







Otras le llorarán por mí. Pero yo no lo borraré de mi ememoria. 


Hasta luego Reiak.











Los Fantasmas de Lantanique


Desde que una eciudadana consultó públicamente si la gente borraba de su evida a los eamigos muertos, Lantanique observa y se pregunta por los que tiene en su pecera.
Es verdad que el propio sistema ha desintegrado algunos ejemplares, pero no ha sido su mano la que los ha desechado porque estuvieran emuertos. A ella le gusta recordarlos y pensar que podrían volver a la eVida o reencarnarse bajo otra apariencia.
Puede que este sentimiento se alimente de ese gusto por lo irracional e imaginario típico de un romanticismo decimonónico. O puede que para Lantanique sus ejemplares tengan eVida en tanto ella los imagine y les da razón de ser. 




De todas formas siempre hay alguien que, haciendo alarde de realismo y racionalidad, le avisa de su deseo de ser borrado, hasta de su mente, en el mismo instante que decida dejar este eMundo.  Es posible que este  eciudadano tema que Lantanique, en su locura, se dedique a hacer espiritismo o vudú utilizando su cuerpo inerte.




La pecera se ha hecho pequeña y ha decidido trasladar todos los ejemplares a otra de mayores dimensiones. Los inertes quedan al fondo  para no molestar al resto. Asombrada se fija en unos cuantos que reflejan tonalidades al tocarles el agua. No los ve con total nitidez porque son translúcidos, pero según les da la luz, sus imperceptibles movimientos dejan un rastro iridiscente que los delata. 


Para mí Lantanique no es translúcida, es transparente. Sé lo que piensa. Sé que me piensa. Sé que me extraña. También sé que me espera. Ella siempre espera. Viéndola rodeada de otros no veo que esté tan sola como dice. Sin embargo, yo no puedo acompañarla como ella pide. Por eso le dejo mensajes que sé que entiende. 




Hace tiempo que dejé de mandarle mensajes. Ella me ve y me llama pero la evito, giro la cabeza, cambio de acera, me esfumo. De reojo veo que baja los brazos, vencida, como sabiendo que no hay nada que hacer con mi cambio de actitud. 
Nunca antes dudé de atenderla, le dediqué todo mi tiempo y muchos pensamientos porque me gustaba su compañía. Sin embargo no me gusta compartirla; por eso mantengo la distancia tanto como puedo.






Compartí momentos con ella en mi góndola.
Buscaba su confianza para conocerla mejor. Le declaré mi ecariño diciéndole que la equería y pidiéndole que me acompañara siempre. Pero Lantanique me puso a prueba y nunca satisfice su pregunta. 
Cuando notó que me hacía efímero me empezó a echar de menos, pero sus lamentos ya no sirvieron de mucho. Sin embargo, quiero que sepa que me mantengo a su lado, que la sigo acompañando aunque no me vea. Por eso seguiré dejando que note mi presencia, como debió notarla la otra noche cuando, ya vestida para la fiesta, me acerqué y le susurré lo bien que le quedaba la prenda elegida.






  
Ví que se subía a un taxi vestida de fiesta. La seguí con el coche y una vez allí me colé y fui a su encuentro. Brindamos con cava por los novios, a quienes ni conozco, y conversamos animadamente sobre las ebodas, los invitados, sobre lo guapa que se la veía esa noche. Sin embargo la noté ausente. De  la euforia inicial pasó a una lánguida melancolía, quizás por las copas de cava que le hice tomar. Por eso la acompañé a su casa y me fui dejándola sola.  


Me considero un tipo amable que sabe cuándo no convienen ciertas cosas. Pero yo también me quedé solo, pululando como un fantasma  en mi cadillac solitario, observando las estrellas que podría haber contemplado con ella, si se lo hubiera pedido



Solitario me deja cuando después de torearme graciosamente, me clava las banderillas de la despedida y se aleja dando la faena por terminada. Reconozco que me deleita con ese juego de palabras sugerentes y frases desconcertantes, a modo de rejoneo, porque para ella soy una especie de pez toro al que hay que saber lidiar. Sin embargo temo hacerme invisible a sus ojos entre tantos ejemplares a los que dedica atenciones y mimos. Por eso siempre vuelvo al ruedo. No me doy por vencido. No quiero acabar siendo un pez-nadie.






Estoy seguro de que para ella yo no soy un pez-nadie. Le digo que quiero serlo e incluso me dejo morir a ratos dentro de la pecera para que deje de preocuparse por mí. Sin embargo ella sabe que finjo. Lo justifica pensando que lo hago para protegerme pero no consigue entender de qué. Y se enfada. Por eso me arrepiento de las pequeñas crueldades a las que la someto sin querer.
Querer. Ella siempre va diciendo que sólo quiere que la quieran. Yo, en el fondo, también.






Quiero sentarme aquí, en este rincón del bar frente a la puerta de entrada. Ocupo una mesa algo grande por si llega y se quiere sentar. 
Ya llega. Se piensa que no lo veo y disimulo una sonrisa de satisfacción cuando compruebo que toma asiento frente a mí. 
Pincho unas cuantas patatas y las introduzco en la boca, hago como que no noto su presencia pero no puedo evitar cruzar las piernas con el roce de sus manos en mis muslos.  
Alargo mi mano hasta mi copa y la alzo con gesto de brindar. Entonces él sonríe y, cogiendo la suya, imita mi gesto. Bebemos a la vez. 
Me quedo observando los movimientos de su boca al comer. Enrolla los fideos en el tenedor, lo alza un poco con la mano y aproxima la boca. Con el tenedor dentro  me parece incluso notar cómo muerde los fideos y succiona ése que le quedó colgando inesperadamente. Le indico, acercando mi servilleta a mi morrito, que se limpie el suyo. Y, moviendo la cabeza, se ríe a carcajadas.
Sólo yo lo oigo reír. Porque sólo yo lo veo.


Por eso el tipo de la mesa de enfrente, pensando que todo mi interés se centra en él, ha venido con su plato a sentarse en mi mesa. Lleva un pez tatuado en el brazo y acomodándose me saluda.




Mi acompañante efímero se lo mira y le vuelca el vaso de cerveza en el plato, cosa que ayuda a que el tatuado decida cambiar de sitio y sentarse junto a mí. 


Por debajo de la mesa noto que la pierna del efímero se interpone entre los dos, quizás para evitar la proximidad del tatuado que al oído me susurra: - Hola princesa, por fin nos vemos.
Entonces suena el localizador. Recibo un mensaje de él y sabe que lo entenderé porque sabe lo que siento.