Treinta Minutos

Día 1.203 del Nuevo Mundo (8 marzo 2011)
Cuando adquirí esta casa ya era consciente de que vendría dotada con materiales y servicios que se tornarían inservibles tras el tiempo de vida útil estipulado por su fabricante. En este eMundo las viviendas se ofrecen con esta especial circunstancia: obsolescencia programada para que, llegado el momento, se autodestruyan, sin dar posibilidad a que un manitas de turno te haga una chapuza profesional.


Esta noche no consigo pegar ojo. No acabo de acostumbrarme a que mis casas se desintegren de esa forma y, cuando se acerca el momento, no puedo relajarme pensando de qué manera se podría ralentizar la corrosión programada que las afecta. Aunque lo que realmente sucede es que los días previos a la triste desaparición me inunda el pánico a quedar sepultada dentro y me asusta estar sola.





El cuerpo que yace conmigo se ha colocado de lado. 
Noto su respiración pausada que me congela la oreja. Me sujeta por debajo del brazo y su mano sobre mi pecho se mueve de vez en cuando, como un estetoscopio, auscultando mi corazón, controlando el ritmo de sus latidos.




Dormir. Compartir el sueño conmigo es lo que ha venido a hacer. Y yo agradezco su compañía porque tengo miedo.




Me incorporo con cuidado de no despertarlo. Ahora su brazo rodea mis caderas a modo de almohada, como para evitar que me vaya de allí, y yo aprieto mis piernas como para evitar que me vengan las ganas.


La luz de la pantallita del localizador se refleja en su rostro y la miro leer y sonreír –a saber qué mensajes le envían esos otros!-. No se ha dado cuenta pero hace como treinta minutos que estoy despierto. Me apoyo en un codo y me acerco a su altura.
"Yo te quiero, Lantanique" - le digo, mientras le separo las piernas y me coloco entre ellas- Mi boca asciende hasta su pecho y mis labios le hablan a su corazón para decirle que la deseo aunque no sé cómo demostrárselo. 
Sólo espero que ella capte mi mensaje.



Sus dedos entre mi pelo me confirman que todo está bien así. Sus manos me ayudan a girar. Me sitúa de espaldas en su regazo y con un suave vaivén sus caricias evocan un viaje en góndola que me adormece entre sus brazos.






Día 1.194 del Nuevo Mundo (27 febrero 2011)
El cuerpo que yace conmigo nunca me ha dicho que me quiere, pero a veces me lo demuestra.


Cogida de su mano entramos en un taxi. Obsolescencia programada para un encuentro fugaz. Treinta minutos en una sala morada, decorada con pequeños detalles.Treinta minutos que acabarán siendo una hora porque yo también pujé por él


Cogida de mi mano la llevo hasta el sofá. Nos sentamos y la empiezo a desvestir. Lo hago despacio aunque tenemos el tiempo contado. Despacio le bajo la cremallera a sus botas. Despacio se las quito. Despacio mis manos ascienden por sus piernas buscando su cintura para arrancarle lentamente las medias. Despacio voy bajando la cremallera de su vestido y despacio dejo que mis manos descubran sus hombros ya sin prendas que los oculten. 




Despacio me acerco a su cuello. Despacio lo rozo con mis labios. Despacio la tumbo en el sofá. Despacio mi lengua la recorre.




Deprisa. Su respiración va más deprisa. Deprisa. Su boca se funde en la mía. Deprisa. Me saca la camiseta. La ayudo para que se dé prisa y me quite el resto. Deprisa me apresa con sus piernas y despacio me adentro en ella. Y ahora que me tiene preso, no me deja ir deprisa.






Día 1,204 del Nuevo Mundo (9 marzo 2011)
He dormido hasta casi mediodía. No oí cuando se levantó y se marchó.
“Hasta más ver”- dice en el localizador.


Un ritmo hortera y sandunguero me está taladrando los oídos y distingo un cuerpo vestido de Princesa que se mueve frente a mí a un compás mareante.





Es Luna, imponente con esa vestimenta.
-“Levanta. Tienes treinta minutos para disfrazarte”.


Me obliga a enfundarme en un traje de cuero. Unas correas aplicadas a mis muñecas van fijadas al cuello de dos tipos disfrazados de mastín. Uno de ellos es, no me cabe duda, Sablemortal y mueve feliz su cola, como muestra del placer que le causa dicha situación.


Odio a Luna por obligarme a hacer el ridículo de esta forma tan vulgar. Pero ella se siente eufórica, contoneándose entre la gente.


Entre el bullicio de las calles veo muchos anti-sistema que aprovechan la aglomeración de la fiesta para quejarse de los cambios sociales que últimamente se están implantando. Aun así, se les distingue del resto fácilmente porque sus disfraces llevan el distintivo de la “eRebellion”.




Halesios hace como que se enfada y ha hecho castigar a algunos de estos eciudadanos. Pero sólo es una estrategia. Sabe que después de la tempestad siempre viene la calma y sabe cómo devolver la manada al redil. De momento les concede el derecho a la pataleta y les da fiesta para despistar el problema.




Llevo horas intentando mover mi cuerpo armoniosamente. He soltado a los mastines para que me dejen en paz pues no paraban de olisquearme el trasero o lanzarse tras los traseros de otras.


Llegada la noche convenzo a Luna para meternos en el Antro. Esperaba encontrar el local menos lleno. Y entre cuerpos y disfraces Luna se me pierde.
Unas manos me sujetan por la cintura. “Buenas noches, señorita Lantanique. Me debe 100 besos por estos treinta minutos de espera” y bailando me arrastra hacia la pista.



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