Operación Albornoz (2)


Este último mes Lantanique lo ha vivido como si de un sueño se tratara. 
Desde que se metió en aquella trinchera ha pasado de estar en una habitación con paredes de cristal líquido a otra con paredes blancas de hospital.
Y ahora la encontramos plantada en medio del hall de un hotel arrastrando su maleta y con síntomas de congestión nasal.


El empleado de recepción del Bombay ha tenido que solicitar la presencia del gerente por la afluencia inesperada de clientes casi a la misma hora y sin petición de reserva previa. Este hecho le ha causado extrañeza puesto que, a pesar de los cambios del módulo militar en este eMundo, no ha habido rumores de asambleas ni reuniones por parte de las milicias que se mueven en esta eciudad. La llegada de varios eciudadanos pidiendo una habitación en la primera planta y la petición de aviso cuando la eciudadana Lantanique hiciera acto de presencia en el lugar, le han hecho poner al corriente al gerente quien ha tenido que tomar parte en el asunto.


El gerente está atendiendo a un cliente, un habitual que busca un lugar discreto para sus encuentros furtivos. Mientras le está dando la llave de la habitación ve aparecer la figura de una mujer que se acerca al mostrador, con su maleta y la ropa empapada.


El cliente se la mira con descaro mientras mueve distraídamente las llaves de la habitación entre sus dedos.


 Viendo que el rímel de las pestañas le empieza a hacer un surco grotesco en la cara, decide ofrecerle su pañuelo y le hace gesto de que se limpie ¡Qué mejor manera de entrarle que haciéndose el caballero! 


La pobre Lantanique no sabe cómo  disimular el desconcierto que le causa estar con esa pinta, sobre todo porque el tipo hace amago de quitarse las gafas ahumadas que llevaba puestas con intención de presentarse.


Por suerte el empleado de la recepción percibe la tensión del momento y echa mano de uno de los albornoces que la camarera de piso tiene allí preparados para ir distribuyéndolos por las habitaciones.


Lantanique se envuelve en el albornoz y  viendo que tres pares de ojos la miran fijamente siente que sería vergonzoso dirigirse al ascensor para buscar la habitación 133. También sopesa la posibilidad de pedir que avisen a su ocupante, pero lo mismo le preguntan el nombre y lo hacen bajar… Finalmente decide pedir una habitación para ella sola.


El gerente realiza el registro y mientras un muchacho la acompaña a la habitación asignada, se dispone a llamar a cada uno de los huéspedes interesados por la llegada de esa mujer.


El cliente de las gafas ahumadas se queda con el número de habitación por si le falla su cita y lo deja “sin botar”, y se despide de ella con un beso lanzado al aire.


Al fondo del corredor una empleada del hotel observa a la mujer envuelta en el albornoz. Si Lantanique se la cruzara seguro que la reconocería.  Su melena color rosado no es un look muy habitual y es difícil pasar desapercibida.

Por si acaso se esconde, no la vayan a descubrir. Pero el gerente la sorprende en una posición comprometida y la reprende, quejándose de que el personal de sustitución es pésimo.


Y es que esta eciudadana tiene una necesidad imperiosa de saber quién ha citado allí a Lantanique y, aunque no tiene ni idea de las ocupaciones de una camarera de piso,  ha conseguido que sus contactos del partido la sustituyan por la que normalmente lo hace. Que hoy las habitaciones no dispongan de albornoces en sus baños es la única estrategia que se le ha ocurrido para  poderse colar y comprobar que el tipo de los bombones no es quien ella cree. Pero ¿y si lo fuera?  Una sensación de ira la invade. 


Lantanique pasa de largo por la habitación 133. Del interior se oye una música que flota en el ambiente hasta meterse en su propia habitación, unas cuantas puertas más al fondo.




Se acaba la canción y apaga el último cigarrillo que le quedaba. Vuelve a mirar su localizador y decide salir un rato de esa habitación, bajar al bar, comprar más tabaco, despejarse un poco.


Justo cuando Lantanique cierra la puerta de su habitación, él sale de la suya. Justo cuando Lantanique pide que le pasen con la habitación 133, él coge el ascensor. Justo cuando suena el teléfono en la habitación 133 él empieza a descender hasta el vestíbulo.  A Lantanique sólo le queda dejarle un mensaje y prepararse un baño caliente para despejar su congestión.






Y él, ya en la calle, le manda un mensaje para decirle que la sigue esperando en una esquina del Bombay.






Mientras tanto, otros eciudadanos preparan sus estrategias para verse con Lantanique o al menos para evitar que se vea con ese misterioso tipo de la 133.





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