Efecto Placebo


Hay personas que primero te tiran un cubo de agua fría para después venir corriendo a secarte con una toalla en nombre del aprecio y la amistad. Y tú lo soportas medianamente bien porque hace tiempo que descubriste que hay personas que siempre estarán solas, bien porque no saben lo que quieren o quieren lo que no deben; algunas sencillamente no saben querer o lo que es peor quieren y ni siquiera lo saben. 


Mi emédico con pinta de tuareg me calma esos agravios que sufre mi espíritu. Siento que lo conozco y que él me conoce también. Su atenta mirada me escucha mientras sus palabras me recorren el cuerpo y produce en mí ese efecto placebo que me ayuda a seguir en este eMundo. 


Y cuando salgo de la consulta miro la evida de otra manera. Vuelvo a dejar que la emoción del momento me sorprenda una vez más. Que se produzca esa chispa que salta cuando conoces a otros individuos con la única intención de distraer el alma y consolar el cuerpo, aun sabiendo que es una emoción pasajera, que se disipa muy rápido si no la sabes mantener, pero que a pesar de todo acabará disipándose un día u otro.




Mensaje de mi localizador:
-Me dejó a  deber 100 besos. La espero a las diez en la puerta del Antro, no se retrase.


No llego a las diez, claro. Me he estado poniendo y quitando ropa durante toda la tarde. 
Justo media hora antes de salir, decido cambiar la indumentaria, a sabiendas de que eso trae mala suerte, pero con la esperanza de que esa noche no suceda nada malo pues la decisión de cambiar la hice antes de salir por la puerta, y con esta explicación me convenzo a mí misma de que todo me irá bien.


Por un momento dudo de si el tipo alto que me espera a la entrada del local es mi ecita o es el portero al que le han otorgado el don del permiso de admisión. Y es que soy fatal para las fisonomías pero su sonrisa al verme llegar me confirma que es él quien me espera.
Me disculpo por el retraso. Muy amablemente me justifica diciendo que estoy dentro de los diez minutos de rigor. Por supuesto él ni se imagina cómo he corrido calle abajo, a riesgo de acabar en el suelo por culpa de los tacones, ni cómo he padecido dudando de mi olor corporal.


-Huele usted muy bien, Lantanique. Con esa frase me siento como si me hubieran leído el pensamiento y hago amago de olerme a mí misma… notando que sí, que huelo bien.


Mi ecita me tiene preparada una sorpresa en su casa. Es una trampa bien estudiada porque no puedo poner excusas. Al fin y al cabo ¿por qué no dejar que esa emoción siga su curso?


Su casa tiene unas vistas estupendas de la eciudad. El balcón es circular. Me doy cuenta que ha colocado un par de butacas y una mesita velador justo delante de las puertas correderas de su habitación. Me ofrece una copa de vino de aguja, rosado, fresco y con un toque afrutado. Sobre la mesita hay unos cuantos canapés para degustar con el vino. 

Y transcurre el tiempo ocupado por nuestras voces y algunos silencios. 
Mirando de salvar esos tiempos muertos me saca a bailar y yo, para disimular su proximidad, le digo que había pensado en traer cerezas para el postre pero que aún no es el tiempo. Pero mi ecita no me deja seguir hablando porque me arrastra hasta una de las butacas y me sienta en su regazo. Se estira un poco acomodándose y sus manos van acariciando mi nuca venciendo mi cabeza hasta acercar mis labios a los suyos. Y sus besos son muy suaves. Me llenan toda la cara, se detienen en mis ojos, se concentran en mi cuello y se deslizan hasta mi boca. 




Soy ligera entre sus brazos y me veo en volandas transportada hasta la cama. Boca abajo sólo siento placer, un placer que me hace perder la orientación de si es su mano o su lengua el que me lo provoca. Me  habla al oído “Quédese conmigo esta noche”




Quédate conmigo esta noche, Lantanique. No me digas que te tienes que ir ya. Me lo estás diciendo y no quiero escucharlo. ¿Por qué no despertarnos y desayunar juntos? 
¿Por qué no puedes?.




Me gusta desayunar sola. Hubo desayunos inolvidables junto a alguien una vez pero ya no los hay y con otros no pueden ser igual.




Sentada en la cocina remuevo el café y reviso los mensajes del  localizador. Mi ecita me da los buenos días y me recuerda un resto de la deuda de los 100 besos por lo que no puedo rechazar un próximo encuentro. 
Es un tipo encantador, un placebo para mi corazón.


Entre los mensajes hay una petición de eamistad sinceramente original.


Buenos días querida,
Estaba leyendo tus historias y he llegado a ésta: ”Hogar, dulce hogar”
Nunca pensé que eRepublik me causaría una placentera sensación y tú querida Lantanique lo has logrado con unas simples palabras. ¿Te parece poca razón para querer agregarte?
Me atraes y quiero saber más de ti. Quiero tu rostro. Puede que no sea original, pero soy sincero.
Besos, chica del sofá.


Lo he citado en el República Café a la hora de la sobremesa. Yo también quiero saber más porque sufro de paranoia y ciertos términos en su lenguaje me recuerdan a otro eciudadano  que parece que me olvidó remando en otras aguas.



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