"Extraña donación"


Entre las cuatro paredes de este piso Q1 pienso en el alivio que supone despertarme por la mañana y no tener que salir disparada a mi centro de trabajo para llegar la primera a la nave y poder asearme –con sorpresa agradable para alguno de mis ecompañeros que en más de una ocasión me han pillado saliendo de la ducha o a medio vestir-. También respiro aliviada pensando en la comodidad de no tener mis pertenencias en el vestuario de la nave; en la tranquilidad de no encontrarme tirada en la calle bajo el puente, ni escondida detrás del cómodo sofá de cuero negro de mi ejefe. Aunque ese sofá lo voy a echar de menos…


Hoy entro en mi propio baño y descubro con asombro que, así como el resto del piso necesita urgentemente una reforma, el baño está totalmente renovado e impoluto, incluso abastecido con todo tipo de accesorios, toallas y albornoz, gel de baño espumoso con perfume a lavanda (no como el Sanex de la nave, con ese olor neutro que me tenía aburrida), crema hidratante, champú y espuma moldeadora para rizos perfectos… ¡Esto es gloria!  


Yo en realidad soñaba con una casa de esas inteligentes que cuando introduces la tarjeta electrónica en la ranura de la puerta se te abre suavemente y te acoge en su interior, envolviéndote con una penetrante y dulce fragancia natural, no como la que percibo ahora mismo a refritos y agua con lejía.
Mientras me enjabono lentamente me da por pensar en este obsequio por parte de la empresa, que es como decir por parte de mi ejefe. El agradable olor a lavanda se mezcla con la desagradable sensación de pensar que lo mismo esta donación es una especie de indemnización por un próximo despido. No encuentro motivo ni explicación convincente. ¿Y si hubiera alguna otra razón oscura y maliciosa? Abro el grifo de la ducha y dejo que los chorritos de agua me vayan cayendo para aclarar mis ideas y sacarme de encima ese pensamiento.






Me tomo mi tiempo y llego la última a mi puesto de trabajo, sin prisas. Advierto con complacencia que mis ecompañeros me miran diferente, me huelen distinta, me reconocen y no me ladran. Se mueven a mi alrededor como perritos falderos.
Enciendo mi terminal, introduzco mi clave e inmediatamente se despliega una ventanita de bienvenida. Todo parece normal. Envío un mensaje de agradecimiento a mi ejefe, por su donación, en un tono formal y distante.


A los pocos segundos recibo una señal sonora     


No es de mi ejefe y cuando abro el documento casi no me lo puedo creer: el momio del BOI se ha enterado que estreno piso y se ha invitado a tomar café una de estas tardes. 






Dice que espera mi confirmación y sólo se me ocurre responder con un “sorry, estoy de obras”.


Esto está siendo peor que vivir en un pueblucho de la VR. Los cotilleos aquí corren como virus pero es por culpa del sistema: en este ePaís todo el mundo puede saber cosas del resto con sólo teclear el nombre adecuado. Menos mal que nadie sabe la dirección del piso….bueno, nadie excepto mi ejefe.






Enfundada en mi mono de trabajo, me preparo para la dura jornada que a ritmo de soldadura me pone en trance durante unos dos clicks.






Salgo de mi abstracción al notar unos golpecitos insistentes en mi hombro: el encargado de la nave me comunica que tengo una videollamada del ejefe. 


Joder! Qué inoportuno!  y yo con esta pinta… Conecto la cámara y me coloco a una distancia prudencial de la pantalla mientras mis ecompañeros se carcajean por la tontería de mi comportamiento. Ahí está su imagen. Desde donde estoy no percibo con nitidez todos sus rasgos pero sí percibo su tono de voz agradable y pausado transmitiéndome su deseo de mantener una entrevista conmigo y preguntándome si me vendría bien esta misma noche. Titubeo unos segundos pero le respondo que siendo una entrevista la hora me resulta algo intempestiva. Se excusa con motivos de trabajo y falta de huecos en su agenda pero, viendo que  me mantengo callada, recapacita un momento y me dice que, si no le surje ningún imprevisto, el próximo jueves se presentará en la nave después de comer para que podamos hablar y revisar mi contrato tranquilamente.
Me desea un buen día, se despide con un "hasta el jueves" y corta la conexión. Acto seguido empieza a sonar una canción.






No acuso a mi ejefe de enviarme una cosa así…pero no saber exactamente quién se divierte con este jueguecito musical me desasosiega.


Recojo mis cosas y me largo a entrenar con Lana, no porque quiera mejorar mis resultados en combate sino por mejorar mis glúteos; se acerca el verano y la operación biquini tiene prioridad.






No hay comentarios:

Publicar un comentario