Cotillería para peces


Hoy habemus relato de convivencia y sensaciones humanas.

Cotillería fina

Posiblemente no sea un tema demasiado interesante para nuestra comunidad, y menos quizás para los ajenos a mi pecera, pero puede despertar el interés de algún fisgón que anhela saber qué pasa en mi vida en los momentos que no ando marujeando.



Cuando me despierto me  gusta asimilar con resignación que abro los ojos a un nuevo día en este aburrido lugar y me deleito repasando lo acontecido mientras dormía.
Para revivir lo soñado sólo hay que acurrucarse entre las sábanas y mantener los ojos cerrados. Una vez cogida la posición la mente busca alguna situación, palabra clave, o pequeño fragmento suelto de una conversación…


- No encuentro la salida de esta habitación. Si alguien me pasa la llave.
-Es que no vas a salir de la habitación. He tirado la llave por la ventana, me he cabreado como casi nunca, y he comprado 200 metros de cuerda para atarte y que no te escapes.





La primera vez dejé que envolvieras mi cuerpo en un abrazo mientras una de mis manos se quedaba a medio camino de estrecharse con la tuya. Esa mano, un poco desconcertada al sentirse ignorada, se deslizó por la cadera mientras esperaba que tu cuerpo se separara del mío. La otra mano se abrió sorprendida, como preguntándose  qué es lo que  estaba pasando.
De cómo fue que después de aquello las dos se dejaran atrapar, confiadas, entre las tuyas, eso es quizás cuestión de tiempo o de curiosidad, aún a veces me lo pregunto.  Igual que me pregunto cómo fue que, apoyados en la barra de aquel bar, te giraras hacia mí y, como quien pulsa el botón del arma escogida, dispararas tu boca hacia la mía en un trayecto cuidadosamente estudiado, rápido y certero.  Ese primer impacto sólo fue una incursión previa para abrir una brecha por donde tu lengua, como un arma de destrucción masiva, echara abajo el muro con el que me había protegido. Y mientras preparabas el siguiente proyectil me mirabas ceñudo,  como calibrando la capacidad de daño necesaria para aniquilar todo mi arsenal. No era necesaria mucha estrategia. Mis manos no opusieron resistencia pero a cada impacto mis ojos buscaban en los tuyos la salida de esa trinchera oscura y profunda donde me habías encerrado. Y tus ojos se empeñaban en mantenerse cerrados para no dejarme escapar.


                         
Casi a diario entro en batallas y aunque nadie se lo crea, pegar, lo que se dice pegar, algo pego… el dedo en el botón de luchar unas 25 veces como mínimo.
-Oye, tú no sueles pegar mucho en las batallas ¿no?, me dice socarronamente uno de mis conocidos.
-Yo pego unas cuantas hostias diariamente, las necesarias para matar mis 25 escogidos del país que toque. Luego, a veces, viajo para patear algunos más y ver si dentro de cuarenta años logro la medallita esa del 50/50. Por cierto que ya me queda menos para sacarme la primera, que ahora estoy en  41/50

Mientras preparo la estrategia a seguir, otros ciudadanos pasan ante mis ojos. Para llamar su atención, agito mis manos. Pero en las batallas nadie conoce a nadie.
Mis manos quedaron paralizadas cuando en una de esas ocasiones vi pasar un muerto. Quizás sería mejor decir que lo que vi fue un  fantasma.
Quise tocarlo porque habíamos sido amigos, o eso creo. El roce de mis dedos hizo que se girara un momento pero, tristemente, al final sólo conseguí  que se esfumara.



Nadie conoce a nadie, aunque todos mandan peticiones de amistad.
-¿Por qué quieres que seamos amigos? , le pregunto con mi rito de iniciación a uno que me acaba de solicitar mi amistad                  
- por qué no serlo?
-Porque soy una mujer curiosa. Tengo una pecera. Los que se me acercan caen dentro ¿sabes nadar en peceras?
-No soy de peceras, lo siento... Soy una sardina casada.
-y qué hace una sardina casada pidiendo amistad a una gata? Bueno, siempre puedes leer mis relatos. No es necesario estar en la pecera para leerlos.
-Porque sigo a las personas más por lo que callan que por lo que cuentan..
-Mi pregunta era ¿por qué quieres ser mi amigo? Puedes no responder nada y en nada queda la cosa. Puedes responder tus motivos y entonces ya veremos. Pero si respondes que "sigues a quien calla porque las prefieres a las que cuentan” entonces prefieres a las que callan porque otorgan.
Yo no otorgo nada. Sólo cuento historias.
Las sardinas me gustan si son sardinillas y en escabeche.



Mentiría si dijera que nunca otorgo nada. En ocasiones se me va la cabeza y dejo que alguien ronque a mi lado. Y me da mucho coraje si encima un aliento agridulce orea mi oreja.  En esos casos no me queda otra opción que adoptar la táctica del avestruz resguardándome bajo las sábanas.
Halesios, quizás porque es francés, hace unos gorgoritos nasales en los que a veces parece quedarse extasiado. Para comprobar que no está fiambre me muevo sobre él. Y justo en el preciso instante que inicio mi análisis empírico descarga un suspiro huracanado que me confirma aquello de que “más vale sola que mal acompañada”.



Y es que la vida diaria tiene muchos “no soporto” como ir cargada con las bolsas de la compra y que la tirita del sujetador se deslice por un brazo… o peor, que se deslicen las dos. Que a alguien se le caiga una porción de ensalada sobre el mantel y que sin ningún miramiento lo pinche directamente para llevarlo a su boca, dejando un manchurrón aceitoso por el que te lanzarías tras su cuello para obligarlo a limpiarlo con la lengua. Llevar bambas con calcetines tobilleros y que siempre un pie se lo chupe hacia adentro. O que se te tuerza un pie llevando tacones por la concentración de ojos mirando cómo caminas…



Hay ciertas cosas que no llevo del todo bien. Que me borren es una de ellas pero me compensan esas otras que me encantan, como algunos besos de buenas noches enviados con toda la pasión que permite un teclado.



Te hablo todo esto con mis manos por si me escuchas con tus ojos. Mis pies, que no reconociste, quedaron enterrados en el suelo, esperando.




Y me duermo pensado que vendrás para hacer que sueñe bien.








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