Eventos, Inventos y otros Elementos


Cuando una se pasa todo un día en un recinto ferial, aguantando el tipo y la sonrisa ante la insistencia de algunos para que les expliques, si puede ser dentro del tanque,  esas implementaciones de nivel Q7 que ofrece el nuevo equipamiento, llega un momento que cada minuto que pasa se te hace eterno.

En los ratos muertos, Lantanique se inclina sobre el  mostrador para revisar las tarjetas de las visitas que han pasado por allí. 

Se descalza disimuladamente para sentir el contacto frío del suelo y aliviar la planta de sus pies. Le duelen, pero por nada del mundo se volverá a sentar en ese taburete diabólico que la ha hecho sonrojar al tiempo que aclaraba que dicho objeto no era ningún arma sofisticada para torturar al enemigo.

El par de veces que ella se sentó tan sólo notó una cierta incomodidad. El  asiento  se movía ligeramente pareciendo que era su cuerpo inestable el que tenía un tic extraño.

No sabía Lantanique que aquel  objeto se accionaba con el peso corporal y el suyo, de tan ligero, no ofrecía suficiente presión como para que lo detectara el mecanismo.  Mecanismo que el sr. Espaugyl no paraba de golpear desde el interior del tanque, pensando que las teclas que lo controlaban se habían encallado.

Aquella mujer solitaria llevaba ya horas deambulando por los diferentes espacios sin encontrar nada realmente innovador. Sentía calambres  en las piernas y una cierta sensación de hormigueo que le hacía temer por las pequeñas venas varicosas que amenazaban con aflorar. Ese taburete, también solitario, era un reclamo tentador a la vez que un insulto a la vista por lo escandaloso y vulgar en cuanto a diseño. Pero aposentar su trasero y dejar colgando las piernas mientras nadie se fijara, era algo que no podía despreciar. 
Lo que pasó a continuación ni ella misma lo esperaba. La agradable sensación seguro se debía al flujo relajante de la circulación sanguínea en sus piernas. El descanso que tanto necesitaba la hizo cerrar los ojos mientras el bamboleo continuado y suave del asiento acolchado la sumía en una relajación cálida que la obligó a apretar las piernas. Luego el bamboleo pasó a ser circular y vibrante, cosa que la obligó a agarrarse al asiento con ambas manos, sin poder evitar una excitación húmeda que la llevó a abrir un poco las piernas porque le parecía que le faltaba el aire y se le nublaba la vista.


Desde la zona de los aseos, Lantanique vio a unos cuantos trajeados asomados a su stand. Se apresuró en llegar, maldiciéndose por ausentarse justo en el momento de mayor afluencia.

No comprendió demasiado bien que aquella mujer, cuando quiso ayudarla, se agarrara al mostrador para no bajarse del taburete.

Una vez acabada la demostración, la mujer solitaria le dejó su tarjeta diciéndole que próximamente le haría un pedido: aquel prototipo le había parecido fabuloso. 

A pesar de las explicaciones de una  Lantanique abochornada, ninguno de aquellos curiosos se tragó que aquel taburete era un simple elemento decorativo y con miradas suspicaces dejaron sus tarjetas, insistiendo en que les gustaría comprobar todas las posibilidades que aquel artefacto sugería. Bulldog00 y un ingeniero industrial que le acompañaba se enfrascaron en un debate sobre las posibilidades de cambiar el asiento acolchado por algún otro elemento más torturante.

Ajeno a todo esto se quedó el sr. Espaugyl, quien  luchaba dentro del armatoste por impedir que se abriera la compuerta al descubrir, por la pantalla de control, que el tipo que insistía en entrar  para hacerle gritar era Hans. 



El detalle del café,  Lantanique no se lo esperaba. Con los pies descalzos tocando el suelo, la sensación frío/calor hace que cierre los ojos al tiempo que da un sorbo a la taza. 
Observa la tarjeta de quien se lo trajo. Era una tarjeta muy cuidada, personalizada con firma de autor, como si fuera un cuadro, con dedicatoria. Un poco cursi para su gusto, pero…
“He venido sólo por ti, aunque no me puedo quedar” – fue lo único que dijo mientras le dejaba el café sobre el mostrador para volverse hacia la mujer que lo esperaba junto al tanque.
Y vio alejarse aquel cuerpo pensando que Cernuda se olvidó, en uno de sus poemas,  de que también hay cuerpos como granos de café, aromáticos a la vez que amargos.
A ese café le faltaba un poco de azúcar, pero a pesar del  ligero amargor, le supo bien.



Otro cuerpo se acerca. Queda poco ya para clausurar la exposición y Lantanique lo mira pacientemente mientras él mueve entre los dedos las llaves de su 335i diciéndole que la espera fuera. 
No es que ella asocie 335i con un BMW pero él lo puntualiza para que le quede claro. 
Los cuerpos vanidosos tienen un problema: aburren. Una se olvida de ellos fácilmente. Se quieren a sí mismos y sólo se aguantan a sí mismos.
Por eso, Lantanique se mete directamente en un autobús para volver a su casa y lo deja allí esperando, sacando brillo a las llantas de ese espléndido cochazo, quizás lo único valioso que ese tipo pueda mostrar.


Los cuerpos en la distancia no se dejan ver del todo. Se cruzan a veces y evocan momentos. Son cuerpos que tienen miedo. Miedo de quedar atrapados en un cuerpo más pequeño que, si cierra sus piernas para sentirlo de verdad, puede que no lo deje marchar.



Pero todos son elementos que componen este eMundo.

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