Eventos e Inventos

Para llegar al recinto ferial hay que coger un autobús.
Encuentro un sitio al azar junto a la ventanilla. Frente a mí se sienta un tipo cargado con una maletita de ruedas que camufla entre sus piernas y un bolso de ordenador que posa encima de sus rodillas. Con tanto movimiento logístico roza ligeramente mis piernas y con una mueca de disculpa me sonríe, yo también.
¿Por qué los asientos de los autocares están colocados todos en la misma dirección y los de los autobuses no?

Me paso parte del trayecto viendo transeúntes, coches, edificios y el reflejo de la cara del tipo de enfrente en el vidrio, mirándome. A ratos distraigo la vista en otros puntos del autobús, más que nada por evitarme la rigidez del cuello.
Me siento rodeada de payasos. La mayoría son hombres. Este es un sector muy masculino o, mejor dicho, un mundo de género masculino, al menos aparentemente, otra cosa es en la intimidad. Todos con el mismo aspecto de ejecutivo: trajes de diseño o  imitaciones aceptables, bien afeitados, perfumados, posiblemente depilados, algunos incluso maquillados. Seguramente ostentan cargos de responsabilidad pero, en definitiva, no dejan de ser vendedores.


Los ojos del tipo de enfrente son tan claros que me da angustia mirarlo.
Me transmite sensación de frialdad con esa mirada de reptil. Para disimular me fijo en la tarjeta distintiva que lleva colgando de la solapa. Sólo acierto a descifrar que se llama Hans. Habría sido muy descarado por mi parte revolverme en el asiento para acercar mi rostro a la solapa y fijarme mejor y menos aún cuando suelta unas palabras a su compañero sin apartar la vista de mí.
La forma en que escupe sus palabras me indica que es alemán. Únicamente presto algo de atención cuando me parece distinguir que de su boca sale una especie de "sisplaugirl". En catalán, si us plau significa por favor, (supongo que dijo chica en inglés porque no sabe decir nada más en mi idioma).
Al ver que se queda callado yo me incorporo, sin hacer más caso, porque hemos llegado a nuestro destino.


Me dirijo a paso ligero hacia la entrada, no porque llegue tarde y me espere la bronca de mi jefe. Ya dijo que no vendría y que lo dejaba todo en mis manos. Voy rápida para alejarme del reptil.

Las ausencias del jefe no me extrañan. Estoy habituada a esas excusas rocambolescas con persecuciones y secuestros inverosímiles de por  medio. Yo sé que son situaciones fruto de sus pesadillas etílicas y no de esas aventuras que luego explica en sus crónicas. En esta ocasión el motivo es una incapacidad laboral transitoria: baja con retorno incierto por ataque de un virus. Como si no fuera del todo sabido que un empresario no puede coger la baja. Lo intenta todo a fin de  evitarse las aburridas horas de demostraciones en un stand ferial, donde me va a tocar a mí esforzarme por vender un modelo de tanque con unas características muy especiales, de risa, pero especiales.


Tras acreditarse ante el Cap de Palau que le barraba la entrada, nuestra Lantanique accede al recinto en busca del stand que su jefe ha contratado.
No hay duda de que el espacio cuadrado que hay frente al armatoste con cañón enfocando a la entrada es el stand del Holding Espaugyl.  El muy puñetero ha escogido el stand diseño camuflaje, inspirado en la selva tropical. Como detalle de bienvenida en la mesa hay una bandeja con plátanos y una nota que dice: “recordando aquellos días”

El habitáculo tiene un cuartito  con folletos publicitarios y pequeños objetos promocionales:  caramelitos en forma de balas pero que a simple vista parecen supositorios, bolígrafos y unos llaveros que Lantanique deja aparte porque aquello no es un sex-shop

También hay una nevera portátil con fantas  y algo envuelto en plástico acolchado que resulta ser un taburete de lo más hortera ¿Por qué no podía elegir un taburete de diseño para ese tipo de eventos y no para barras americanas?

Desde el interior del tanque,  el sr. Espaugyl se dedica a ajustar los mandos para enfocar bien el stand y visualizar todos los movimientos de Lantanique.  No ha contratado azafatas pero sí
ha pensado en un taburete para que Lantanique haga esa tarea cómodamente sentada.
Se excita pensando el momento de verla  allí posada, sujeta al asiento como un canario en el columpio de la jaula, esperando la llegada de visitantes, colocada con las rodillas ligeramente cerradas o con las piernas cruzadas,  aguantando el equilibrio con los tacones sobre la barrita inferior. Se excita sólo con pensar qué pasará en el momento en que se accione el mecanismo del taburete. 

Según la  propaganda de la teletienda donde lo compró, el taburete dispone de un asiento ergonómico de piel acolchada con sensores que funcionan con la presión del cuerpo, provocando ligeros masajes que pueden ir a más o menos intensidad según se accione el mecanismo a distancia que controla él.  El anuncio mostraba cómo el taburete provoca tal relajación muscular que quien esté encima acaba abriendo las piernas para airear la sofocación.

Sofocado se encuentra él de tanto pensarlo.



Continuará.



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