Cómo decirte eAdiós


La dije que dejara su milicia y se uniera a la mía. Quería que me acompañara durante los últimos días de mi eVida y que luchara a mi lado en mi última contienda. Pero no lo hizo.

La ví a lo lejos viniendo hacia mí. “Así no, Sr. Kouzka, así no” oí que me gritaba, pero yo ya caía al suelo, agotado después  de hacer 3.77kk de daño y con mi BH en la mano.



Con sus brazos rodea  mi cabeza y, agachada sobre mí, escucho sus sollozos.
La dije que me había gustado conocerla.
Entonces su llanto entrecortado inunda mi cara. Y mi cara busca cobijo en su pecho. Y mis ojos intentan distinguir su forma. Entreabro la boca en el vacío con la intención de rodear con mis labios el pezón que se dibuja a través de la camiseta. En un último esfuerzo la rodeo con mis brazos y sólo alcanzo a besarla en el cuello. No puedo apartar los mechones de cabello que le cuelgan y que rozo con mi lengua.
-“Huele usted muy bien, Lantanique. Creo que ya se lo dije una vez”.



Estoy en  una especie de coma inducido porque aquí no se permite la eutanasia. Calculo que más o menos en un mes alcanzaré ese limbo del que yo no pienso volver.

Lantanique me visita cada día y lo primero que hace al llegar es levantarme los párpados.  Se asoma a mis ojos y me dice muy flojito que la mire para que no la olvide.
Ella no se imagina que conservo su imagen en mis retinas desde hace tiempo.



Una vez la dije que soy despistado y que me fijo poco en las cosas. Pero la mentí. Recuerdo hasta la ropa que llevaba en aquella ocasión. “Es muy delgada”. Eso pensé cuando se quitó el abrigo.
“¿En qué piensa, Lantanique?” - la pregunté mientras ella, sentada frente a mí, movía y removía aquel café.

Lantanique es hermética cuando quiere. Muy dura si se lo propone. Muy frágil si se relaja. Irónica hasta consigo misma. Ingeniosa cuando tiene el día.

Sé que me aprecia, si no fuera así no me hablaría tanto. Su concepción del aprecio no se reduce a  conjugar el verbo en diferentes tiempos y personas. Tampoco a usar adjetivos sueltos, por muy adulatorios que sean. No le convencen los saludos telegráficos y mucho menos los emoticonos que le parecen abstracciones hipócritas.

Nosotros dos siempre nos hemos tratado de usted. Lo que empezó siendo un juego de conversaciones nocturnas, acabó convirtiéndose en algo natural y cotidiano.
Quedar  atrapado en esa telaraña de preguntas y respuestas, de temas divertidos y sugerentes, serios o intrascendentes… ha sido uno de los alicientes de esta eVida mía.



Mientras espero alcanzar el limbo, rememoro fragmentos de sueños que tuve con ella:
“Voy conduciendo. Ella mira por la ventanilla, la cabeza apoyada en el vidrio y el cuerpo un poco de lado.  ¿Qué debe estar mirando porque es noche cerrada y no se ve nada? Pienso que lo mismo le gusta mirar las líneas que delimitan la carretera.
La miro de reojo y me pregunto si habrá tenido, como yo, esa sensación de opresión en el pecho cuando, después de pasear un rato, al ir a entrar en el coche, la he apartado contra la puerta y, alzándola por las nalgas, la he colocado a mi altura para mirarla a los ojos. Esos ojos, sorprendidos, se han clavado en los míos y he visto en ellos que son cómplices del mismo deseo por lo que no dudo en deslizar mi mano por mi bragueta liberando un miembro erecto y palpitante que, sin más dilación, la penetra mientras ella se aferra a mi cuello. Y todo pasa muy deprisa, casi de manera compulsiva, como el ritmo de mis embestidas….

****

Me dijo que me uniera a su milicia para luchar a su lado y acompañarlo en sus últimos días de eVida . Pero no lo hice. No sé porqué. Yo nunca sé.

Cuando me dí cuenta ya no pude hacer nada. Sólo conseguí decirle a gritos, desde lejos, “así no, Sr. Kouzka, así no” porque las demás palabras se me borraban de la boca tal como iban saliendo.
Ya no eran palabras, eran sollozos.
Y llegué tarde. Porque yo siempre llego tarde.

Le levanto lo párpados y sus ojos abiertos son como dos pozos negros. Me miro en unas pupilas fijas que me ven desenfocada.

 “A mí también me gustó conocerle”

Pegando mi cuerpo al suyo, para que lo recuerde, me deslizo entre las sábanas y al oído le vuelvo a contar cómo nos conocimos. Qué ocurrió en nuestra primera ecita. Y nuestro último encuentro...

…desde una de las ventanas del salón, te ví llegar. Observé todos tus movimientos desde que te bajaste del coche. Te aproximabas a la entrada con paso tranquilo y la mirada fija, aparentemente seguro. Tardaste un poco en llamar y como te perdí de vista, temí que te hubieras vuelto.
Me gusta cuando me saludas con ese “buenas noches, Lantanique”. Y no sé si fue lo que tomé, o el bullicio de la gente, o el estar sentados en un rincón mirándonos a los ojos, pero no recuerdo de qué hablamos, ni sé exactamente por qué te tuviste que ir. Sin duda, las circunstancias no fueron propicias, pero estuviste aquí, aunque fuera un instante.

Pienso que Kouzka no volverá.

Muchos eciudadanos deciden dejar este eMundo aunque saben que cuando quieran pueden volver. Aquí la resurrección está a la orden del día. Algunos ejemplares de mi pecera son reencarnaciones. Les he dedicado sentidas despedidas cuando se han ido y los he acogido con doble alegría cuando han regresado. Sin embargo ellos ya no se comportan igual conmigo. Las reencarnaciones, ya se sabe, son muy olvidadizas y desagradecidas.

Kouzka no haría eso. Por eso sé que no volverá.



Y no lo haría porque sé que me aprecia. El aprecio o el cariño se demuestran en un trato recíproco y sin hipocresías.
El juego de tratarnos de usted hizo que nuestras conversaciones tuvieran un carácter peculiar. No importaba el tema, serio o banal. Escuchar y ser escuchada. Consolar y ser consolada. Reírnos de todo, pero reírnos juntos.

Dicen que las personas sinceras te miran fijamente a los ojos. Kouzka lo hace. A mí me inquieta no saber por qué me miran. Personalmente pienso que las personas  que miran fijamente lo hacen porque quieren que las creas. Busco una excusa para desviar la vista en otra dirección. Observar el movimiento de mi mano removiendo el café con la cucharilla es una buena excusa.



“No va a cambiar nada, Lantanique. Créame. La seguiré hablando. La seguiré leyendo. La seguiré mirando. Nos seguiremos recordando porque quienes se aprecian de verdad, nunca se olvidan.”



 ****

Otros también fijan su mirada en ella. Otros como su jefe o los de su milicia. Nuevos que van y vienen. Antiguos que reaparecen.
Están ahí pero ninguno la acompaña. Lucha sola, juega sola.






Pendiente de las órdenes  de su regimiento, observa el muro antes de disparar.  Entonces lo reconoce mezclado entre otros aliados. Durante unas cuantas ráfagas pegan al unísono contra Portugal.
Y es como una premonición. Un objetivo a lograr: alcanzar su mismo nivel, llegar al 33 y poder acompañarlo a cualquier otra parte.


"ya no recuerdo el momento
en que te dije por última vez
que el cielo se estaba abriendo
y se abre bajo tus pies
y quiero que vengas conmigo
a cualquier otra parte "

No hay comentarios:

Publicar un comentario